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Cine, clases sociales y modernidad. Una lectura de Mon oncle, de Jacques Tati.

Ensayo Interlatente de Julio Villalva
 


Nuestro pasado inmediato nos hermana a toda la humanidad con algún primate —como eslabón—, haciéndonos parientes los unos de los otros. Sin embargo, el paso de la modernidad nos ha legado una visión del mundo en la que compartimentar la realidad dividiéndola en razas, credos, y sexos, en absoluto se trata de un inocente juego de clasificación. En la humanidad habemus diversidad y diferencia, que es lo que de común compartimos, sin embargo, lo ordinario nos reintegra a una práctica de reificación en la que todos sin excepción, participamos. Si reparamos un poco en el gesto que implica “compartimentar”, no es difícil observar que detrás de ello se establece diferenciación y jerarquía.


Para que la lógica del capitalismo funcione es preciso cosificar las relaciones en la trama de lo social, para que estas se adapten a las necesidades y los requerimientos del propio proceso de producción.

La lógica del poder demarca espacios sociales diferenciados mediante los que se redistribuye el capital simbólico, económico, y cultural, en beneficio del aparato hegemónico.1 Todo aquel sujeto que disienta de los acuerdos establecidos de facto y no se amolde a las alianzas dominantes, se le desestima y se le subsume como alteridad, deshumanizando. De este modo se justifica la distribución de categorías según el dictado de la narrativa hegemónica con la que justifica los reales motivos de la explotación de los sujetos a partir de su diferencia como pretexto: homo homini lupus.


Bajo el amparo de lo moderno, la visión de Occidente se ha encargado de inocular y naturalizar mitologías como dispositivos de control, perpetuando con ello dinámicas de sometimiento con lo que argumenta una superioridad instituida desde su blanquitud.2 Lourdes Méndez (2004) menciona al respecto que se trata de “consolidar y legitimar un orden social basado en la dominación de los hombres sobre las mujeres, en la colonización de los «salvajes» por parte de los «civilizados» y en la explotación de los obreros por parte de las clases económicamente dominantes.” (p. 55).3 La modernidad en este sentido, se revela en el afán de occidentalizar el mundo como único modelo válido monopolizando los distintos escenarios, no solo sociales y económicos, sino también culturales e ideológicos, desencadenando con ello procesos de aculturación.


Las modernidades de la Sociedad Anónima de Capital Variable

La película Mon oncle (1958), de Jacques Tati, ganó el Óscar a mejor película extranjera en 1959. Con una economía de diálogos como si se tratara de un homenaje al cine mudo, construye una narrativa en la que reflexiona sobre las relaciones que conforman las clases sociales en la urbe francesa, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Tati retrata de manera magistral mediante la metrópoli que nos muestra, el pulso de los diversos estratos sociales que filma. Bajo un tono de comedia, nos regala en un primer momento el desenfadado pase de unos perros que buscan comida entre los botes de basura que hay en las calles y en la plaza. Entre éstos, aparece uno con una chaqueta que lo distingue del resto. Se trata de un perro dachshund, mejor conocido como salchicha. Su pedigrí le da "clase" y “distinción” al lado de los demás perros con los que se encuentra. Los otros perros, al no tener raza pasan en automático a ser una especie de "desclasados" o "peladitos". En el ámbito de las razas caninas, los últimos son considerados “mestizos” o “callejeros” (saque usted sus conclusiones).

El perro salchicha se llama Daki, y harto de no encontrar nada en la calle emprende su retorno a casa mientras que el resto le persigue. A su paso se ven de fondo edificios multifamiliares que a mediados del siglo XX empezaron a ser el hito de las recién formadas clases medias. Daki por fin llega a su destino y entra en las rejas de su casa que se encuentra en la zona residencial, dejando detrás de la verja al resto de cánidos que no les queda de otra más que solazarse en su indigencia.


De regreso a la plaza observamos un tipo que montado en una carretilla arrea a un viejo caballo que nos rememora los tiempos de la campiña: “en 1950, el 30% de la población mundial era urbana —el 70% de la población vivía en el medio rural—.”4 A su paso presenciamos los vestigios de algún muro derruido por la calamidad. La carreta se detiene en el centro de la plaza donde se aprecia la vida del barrio con su mercadillo, y a su gente confraternizando gracias a la vecindad. En la plaza se encuentra un edificio curtido por el tiempo donde vive Monsieur Hulot5 —interpretado por Jacques Tati—, quien es el protagonista de la cinta, y que junto a él, iremos conociendo a la clase social obrera en sus relaciones y divertimentos.


En contraste al mundo de Monsieur Hulot, Tati despliega otro escenario: el de la familia Arpel, interpretada por Adrienne Servantie, como la Mme. Arpel y hermana de Monsieur Hulot; Jean-Pierre Zola, como el Mr. Arpel; y Alain Becourt, que interpreta a Gérard Arpel, hijo del matrimonio. Éstos son parte de un estrato social que representa a la emergente clase burguesa. Viven en La Casa Arpel, un espacio arquitectónico que se erige como emblema de la modernidad francesa en la que la influencia estadounidense se deja notar.6 El diseño de la casa es perfecto y cuenta con un jardín muy chic, con una fuente que se antoja extraída de "El jardín de las delicias" de El Bosco. El camino que conduce de la calle al interior de la casa, es una pasarela por donde los visitantes desfilan mostrando sus últimas adquisiciones. El continente y contenido de la residencia no es simple atrezzo, sino símbolos del estatus al que pertenecen sus propietarios. La Casa Arpel más que un hogar, es una galería, la guinda que corona el pastel: una revolucionaria propuesta arquitectónica que prefigura todo un paradigma de privacidad y riqueza. Posee tecnología de punta y dispositivos inteligentes, y sus habitantes se convierten en parte del engranaje que le anima. Tati juega con esto y la trata como si fuera una entidad robótica que absorbe la vitalidad de quienes la habitan mediante la vertebración inconsciente de sus actos, que se convierten en repetitivos, regulares y monótonos. ¿Un pequeño homenaje a Fritz Lang, y a Charles Chaplin?7


La vida que se establece en el complejo residencial se regula mediante el cumplimiento que el protocolo demanda, así lo pide el estatus. Mr y Mme. Arpel, representan la clase pudiente cuyo comportamiento exige todo un despliegue teatral de rituales vacíos que convierten el refinamiento en impostación, alienación, y superficialidad. El “buen gusto” cumple con el requisito que les permite reconocerse como parte de la élite, y la adscripción de clase, parece pide transformar las relaciones en bobas e insulsas como peaje.

Tati introduce en la narrativa una serie de contrastes para enfatizar no solo la diferencia de clase, sino el abismo entre ellas. Entre autos último modelo, bicicletas, perros con pedigrí y perros arrabaleros, directivos y obreros, solares descampados y urbanizaciones a la última, establece un diálogo que aprovecha con ironía para subrayar cuán importante es la calidez manifiesta en las relaciones que establecen los habitantes del barrio entre ellos.


Monsieur Hulot personifica a un personaje cándido y relajado, cuya alegría por vivir se desarrolla hic et nunc. Su presente es el sitio donde tiene lugar la sorpresa. Desenfadado y con pipa en mano, colabora con quien se lo solicite y con lo que le sale al paso, prestando atención a lo que se requiera, lo que implica una sutil estrategia que evita la cosificación de la experiencia y de las personas que la conforman. Monsieur Hulot no se entretiene con aparentar-ser-alguien (o algo, en el último de los casos), sino que se va construyendo al paso. No se alinea, ni se aliena: al no reparar en ello, se libera de la «disciplina de clase».


El sistema educativo como aparato ideológico

La moral burguesa ha hecho de la disciplina una estrategia de sumisión al orden establecido, para controlar y manipular los intereses de clase. Este régimen es un medio por el que se pretende modelar criterios y comportamientos (ciudadanos) para que se adapten con facilidad a las normas que se les imponen. La familia, el entretenimiento, la escuela, la institución religiosa, entre otros dispositivos, se encargan de gestionarlo, premiando a todos los que cumplen la normativa, y castigando a los que no. Bowles y Gintis (1983) abordan el tema y nos hacen saber que:

La escuela es un orden burocrático con una autoridad jerárquica; unas reglas, una estratificación a través de la capacidad (expediente) y de la edad (grados o títulos), con una diferenciación de roles según sexo (educación física, economía doméstica) y un sistema de incentivos exterior (notas, posibilidad de promoción, amenaza de fracaso) muy similares al sueldo y al estatus de la esfera del trabajo. (p. 25).8

De esta forma se consigue la adecuación del sujeto al comportamiento que se espera de él. Un complejo sistema educativo garantiza los objetivos que demanda el aparato ideológico, y la disciplina optimiza el rendimiento laboral adecuado: cumpliendo con horarios que potencian el rendimiento sometido a plazos de tiempo; la identificación de clase; el reconocimiento de la jerarquía social; el reforzamiento de la conciencia estratificada asentando con mayor fuerza el lugar de las clases subordinadas. Bourdieu y Passeron (1977), señalan que: “La libertad que el sistema de enseñanza deja al profesor es la mejor forma de obtener de él que sirva al sistema [...] que sirva a la perpetuación de las relaciones establecidas entre las clases.” (p. 181).9

Nadie escapa a la violencia simbólica de la acción pedagógica.


Un tema recurrente: las contradicciones de clase

El ángel exterminador (1962) de Buñuel, nos proporciona otra mirada sobre las contradicciones de clase de mediados del siglo XX: un grupo de personas burguesas terminan presa de las normas de etiqueta que la propia clase exige como membresía de pertenencia. Después de asistir a una ópera, amigos y conocidos se congregan en una lujosa casa para continuar la velada y disfrutar de una cena. Pasadas las horas, y por razones inexplicables, ninguno de los asistentes puede salir de la casa. La situación se torna en un hecho sorprendente y surreal. Pasa el tiempo y empiezan a desvariar a causa del agotamiento y la desesperación, degradándose como sujetos, presa del ensimismamiento que viven como clase.


Sin pretender entrar en detalle en la película de Buñuel, solo quiero asentar cómo el retrato de las clases sociales, y en concreto de la burguesía, ha sido uno de los motivos de interés y discusión cinematográfica, poniendo sobre el primer plano asuntos concernientes a la historia de las lucha de clases.


Las cintas aludidas, no solo muestran ciertos rituales de simulación que se fomentan como esquemas de producción social, sino que al exponerlas en la gran pantalla dimensionamos lo absurdo y perturbador de las mismas. No es novedad que el cliché domina nuestras relaciones personales. La cita sin contexto, se utiliza con mucha ligereza como recurso que pretendidamente certifica. Los fake al uso, y la velocidad con que se propagan nos obtura a tal punto la conciencia, que perdemos la capacidad crítica al respecto. Y las apps de moda, de alguna manera secuestran nuestra voluntad, atontándonos aún más. Con esto quiero decir que estamos frente a nuevos circuitos de consumo fatuo, que sin necesidad de esfuerzo alguno nos coloca frente a “…la efervescencia de la imaginación, los arrebatos fogosos y los signos diversos de exaltación delirante.” (Donzelot, 1981, p. 47),10 que lejos de aportarnos en lo social, cultural y psicológico, nos enajena como plusvalía en beneficio de las convenciones y las alianzas que sobrevaloran una producción basada en las apariencias, y sobreabundantemente en lo vano.


La “posmodernidad en nuestros días pese al prefijo y a la desarticulación de los viejos esquemas, no termina por lograrse del todo. Su incapacidad de coagulación le pone en un estadio de tránsito perpetuo a manera «bucle», con el que reproduce de manera tácita y velada el gatopardismo. No nos es ajeno, ni mucho menos nuevo, que la política social del capitalismo neoliberal y conservador que nos rige (voraz, y en ocasiones rayando en lo ultra), asienta sus reales en un individualismo extremo y ensimismado, de corte narcisista y totalitario.

Quede el señor Hulot como una alternativa —entre otras tantas—, para intentar restablecer relaciones basadas en el aprecio, en la atención, en el respeto, en el gusto por compartir y ser solidario, cultivando la capacidad crítica: mutatis mutandis, con la finalidad de crear comunidad, salvando el contento, y sobre todo, el humor.



 

1 En relación a esto, insto a ver cómo trata este tema el director Lars von Trier en Dogville (2003) y Manderlay (2005); donde despliega una poderosa trama de lo que se hace con el poder cuando se tiene a la mano. De obligado visionado, para corroborar que el poder es práctica y no teoría (parafraseando a Foucault).

2 Aludo a la «blanquitud» como una estructura racializada del pensamiento hegemónico, y no como el resultado de la pigmentación de la piel producida por la melanina, y la que se denomina blancura.

3 Méndez, L. (2004). Cuerpos sexuados y ficciones identitarias. Ideologías sexuales, reconstrucciones feministas y artes visuales. Instituto Anluz de la Mujer.

5 Este personaje pertenece a la saga de aquellos otros cómicos cinematográficos que podríamos denominar como outsiders: “Charlot” (Charles Chaplin). “Cantinflas” (Mario Moreno Reyes). “Mariano” (Paco Martínez Soria). “Tin Tán” (Germán Valdés), y “Groucho Marx” (Julius Henry Marx), por mencionar algunos.

6 Cf. El Plan Marshall, fue la iniciativa que tuvo los Estados Unidos para ayudar a Europa (Inglaterra, Francia y Alemania) en su reconstrucción por la devastación sufrida a causa de la Segunda Guerra Mundial, y que subrepticiamente implicó una política de expansión propia de los EU. El papel que ocupan los electrodomésticos son un guiño a esta situación.

7 Cf. Lang, F. (1927). Metrópolis . UFA. / Chaplin, C. (1936). Tiempos modernos. Charles Chaplin Productions.

8 Bowles, S. y Gintis, H. (1983). La educación como escenario de las contradicciones en la reproducción de la relación capital-trabajo. Educación y Sociedad.

9 Bourdieu, P. y Passeron, J. C. (1977). La reproducción. Elementos para una teoría de la enseñanza. Laia.

10 Foucault, M., Donzelot, J., Castel, R., Gaudemar, J. P., Grignon, C., y Muel, F. (1981). Espacios de poder. La Piqueta.


 

Referencias bibliográficas


- Bourdieu, P. y Passeron, J. C. (1977). La reproducción. Elementos para una teoría de la enseñanza. Laia.

- Bowles, S. y Gintis, H. (1983). La educación como escenario de las contradicciones en la reproducción de la relación capital-trabajo. Educación y Sociedad. - Foucault, M., Donzelot, J., Castel, R., Gaudemar, J. P., Grignon, C., y Muel, F. (1981). Espacios de poder. La Piqueta.

- Méndez, L. (2004). Cuerpos sexuados y ficciones identitarias. Ideologías sexuales, reconstrucciones feministas y artes visuales. Instituto Andaluz de la Mujer.


 

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noviembre 2022







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