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Titane de Julia Ducournau.

Reseña Interlatente de Martín Félix
 


Con niveles seductores y corrosivos, Titane se detona como una poderosa explosión sensorial bañada de matices hipnóticos que laceran la percepción y posiblemente la sensibilidad. Vibrante desde su inicio donde nos regala un gesto técnico pasmoso acelerándose a sí misma de cero a cien desde sus primeros minutos. Dándonos esa enérgica y colorida bofetada que ataca por sorpresa a los sentidos.


La mano de Julia Ducournau se manifiesta en forma tan expresiva como terrorífica por medio de sus destellos encarnecidos que se amalgaman hacia la transición, el cambio y las transformaciones en un modo agrio, cruel y ennegrecido. En ese rubro, esta obra se envalentona escudriñando las fibras de la sexualidad en un tono elevado que simplemente derrumba las endebles barreras moralistas a su alrededor.

Recorrido voraz que abre los senderos hacia el flagelo de los traumas, las conductas y subversivas de la conciencia que encuentran balance con los horrores físicos encerrados en su propia aura perversa y con esa pizca de humor ácido para sazonar. Fecundando un viaje trascendental a través de la búsqueda del quiénes somos, atravesando las tierras de lo sexual, de la integridad y la efervescencia del amor fraternal que también golpean en forma psicológica a sus participantes.


Hablándonos de desasosiegos y hartazgos apaciguados a partir de extraños actos lascivos. La aflicción apática que no encuentra consuelo por ninguna parte desatando furia, trayendo consigo una profunda pesadumbre, llevando a bordes brutales, demenciales y autodestructivos por tratar de conseguir ese sentimiento de pertenencia reconfortante. Incómodamente nos somete a la travesía álgida y desfigurada por la carencia de afecto que despierta la estridencia, la anarquía y la violencia con total frivolidad. Intentando encontrar algo de compasión para así forjar una verdadera identidad a la par de confianza y dignidad que muchas veces no termina por llenar esa sensación de vacío ante la necesidad. Sin dejar fuera los suplicios de las relaciones familiares acompañadas de laceraciones espirituales destrozando cualquier cascarón por más fuerte que parezca.


Es de reconocer que su turbia atmósfera se logra por la atención a sus componentes. Empezando por lo enorme de su visceralidad, la cercanía de la cámara para asimilar el desgaste de los personajes, los vastos encuadres contrapicados llenos de malicia acongojante, lo fastuoso de sus tomas abiertas y por supuesto el planito secuencia como mera forma de apuntalar esta hondonada. Lo apabullante de la nota musical de Jim Williams que se toca con la frígida, lúgubre, abrasiva y muy colorida fotografía de Ruben Impens, colmando la pantalla de alebrestadas sensaciones. Dando a luz como un filme que toca las aguas de la visionalidad de género, de las contrapuntadas sentimentales de nuestras relaciones fraternales y el artífice atroz por descubrirse a sí mismo que trasciende por ser una dura experiencia. Cerrando en la desgarradora prueba que pasará factura por las acciones cometidas y así mismo, dará el grano de ilusión a quien lo merece porque logró encumbrar un halo de solidaridad y solemne aceptación a la par de nuestra atónita contemplación.


 

Martín Félix, 29 años, Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Esperanzado del cine, la fotografía y la escritura a modo de increíble sosiego. Alcanzando participaciones para Altrafílmica y la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hidalgo. Lic. En Ciencias de la Comunicación Martín Alberto Félix Montero.

 

Interlatencias Revista

abril 2022



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